PLAGIOS EN LA LITERATURA
El plagio de Alfredo Bryce Echenique
El escritor peruano Alfredo Brye Echenique fue acusado en 2008 de haber plagiado 16 artículos periodísticos de medios como La Vanguardia, El periódico de Extremadura o la revista literaria Jano. Bryce Echenique fue encontrado culpable por el Instituto Nacional de Defensa de la Competencia y de la Protección de la Propiedad Intelectual peruano, con una sanción de más de 57.000 dólares. El autor se defendió esgrimiendo que el plagio es una forma de halago, para más tarde confesar su culpa, pero entretejiendo su acción con una compleja trama de conspiraciones fujimoristas y errores informáticos cometidos por su secretaria.
El
plagio de Camilo José Cela
El plagio de Carlos Fuentes
El mexicano Carlos Fuentes recibió
la acusación de plagio en 1995 por parte del también escritor
Víctor Celorio. Según este, pueden encontrarse en Diana o la cazadora
solitaria (1994) unas 110 coincidencias textuales y varios personajes
excesivamente similares a los de la obra de Celorio El unicornio azul,
de 1985, difundida en una tirada reducida a costa del propio autor. Finalmente
un juez federal desechó el caso y dio la razón a Carlos Fuentes y
a la editorial Alfaguara.
El plagio de José Saramago
El escritor y periodista mexicano Teófilo
Huerta Moreno acusó a José Saramago de plagio,
implicando en el caso a Sealtiel Alatriste, al que parecen
perseguir las acusaciones de practicar la copia. Huerta Moreno aseguró que
Alatriste, por entonces director de Alfaguara México, le había hecho llegar
a José Saramago su relato “¡Últimas noticias!”, y este se
había inspirado en él para Las intermitencias de la muerte. El caso
quedó abierto, pero el nobel portugués declaró que no vio y ni
siquiera tocó con la punta de los dedos el cuento del reclamante, y
que si dos autores tratan el tema de la ausencia de la muerte, resulta
inevitable que las situaciones se repitan en el relato y que las fórmulas en
que las mismas se expresen tengan alguna semejanza.
“A veces el estado no tiene otro remedio que buscar fuera quien
haga los trabajos sucios”.
“Con las palabras todo cuidado es poco, mudan de opinión como las
personas”
“ Si no volvemos a morir, no tenemos futuro”.
“Como están las cosas, ya no sabemos ni lo que está bien, ni lo
que está mal”.
“Las enfermedades tienen algo curioso, los seres humanos siempre
esperan librarse de ellas, de modo que ya cuando es demasiado tarde, acaban
sabiendo que esa iba ser la última”.
“Nada se pierde, todo se transforma”.
Aunque
se dice que el plagio existe desde el comienzo de los tiempos, cuando Dios creó
al hombre “a su imagen semejanza”, tanto sus consecuencias legales como el
desprestigio que genera a quien lo utiliza deberían ser suficientes para
combatirlo, especialmente en el campo de la literatura y el arte en general.
Sin embargo, no es así, como vemos en estos casos bastante conocidos que
comentamos a continuación y que debemos diferenciar de ciertas manifestaciones
similares, más aceptadas, entre los que destaca el llamado fanfiction.
A partir del siglo XVIII surgió una teoría, apoyada por varios
críticos, según la cual William Shakespeare no era el
autor de ninguna de sus magistrales obras. Se trataría así de un plagio
universal, en la que un escritor no sólo copia un texto de otro sino que se
atribuye toda su creación literaria.
La teoría,
alimentada por el hecho de que existen muy pocos escritos biográficos o
registros sobre la vida del Bardo de Avon que describan más en detalle su vida
y trayectoria, se basa en dos argumentos: por un lado, que tratándose de
alguien nacido en un pequeño pueblo, hijo de un modesto comerciante, no poseía
los medios para haber accedido a los conocimientos necesarios para escribir sus
dramas, llenos no sólo de una prosa exquisita sino además de datos y
explicaciones de alguien que ha tenido formación también en otros campos, como
la astronomía, la historia, etc
Por el
contrario -según esta hipótesis- las obras habrían sido escritas por un
verdadero intelectual de la época, entre cuyos candidatos se cuentan a Sir
Francis Bacon, Christopher Marlowe o el Conde de Oxford (Edward de Vere), que
por razones personales no habría querido revelar su autoría. No obstante, se
trata en este caso de una simple teoría, que a su vez ha sido duramente
rebatida.
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